viernes, 9 de noviembre de 2007

Al Fin

Al fin… hoy forjé mi monstruo malvado. Nacieron el amor y el odio en el mismo parto, del mismo vientre.

Y se desencadenó la tormenta conceptual y la convergencia de las voces eufóricas.

Ya no hay lugar para un equilibrio.


Cuando día tras día lograba su creación, moldeaba poco a poco, sangre a sangre: la bestia, su mejor obra que lo enloquecería horrorosamente.

Tallaba en su criatura detalles escabrosos propios de su alma mortífera y cruel.

Por las noches no lograba concebir el sueño.

Espíritus extraños enmudecidos roían el desarme molecular de sí.

Desagarró tanto por su risa, reposó armoniosamente en su cuello, halló paz en su creación y fue completamente feliz. Volvió el alma pura del principito.

Ya no volvería a destruir el mundo.

Pero el día, al fin, llegó. Sin fecha, sin hora.

Sin un día. Fueron todos.

Una mañana al levantarse despreció con resentimiento a esa monstruosidad.

No soportó verse así y destruyó con su puño esa mirada que lo esperaba.

Con los trozos aturdidos, derramados en la almohada, gritó.

Cortó su cuello con el filo lingüístico de sus malas intenciones y ahogó su esencia en una sopa de susurros.

Los huesos de ese gusano gigante corrieron a devorarla.

La criatura se volvió frágil, ingenua, erótica bajo las gotas que supuraba el cielo de vainilla.

Loca.

Deshabitada.

Desolada.

El shock fue extásico milimétrico.

Halló un sitio donde alojarse.

Y con la intersección labial más potente del universo reengendró el sensacional sentido abstracto del tacto.

En el umbral del minuto perfecto el karma secuestró los latidos.

Ayer.

Ya, hoy.

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